Arruda Camusi

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La intrusa

En realidad siempre fuiste una foto.
Compartías mis noches, mis vigilias, mis desvelos, pero más a la manera de espejo que a la de muñeca.
Nunca llegué a imaginarte viva, ni a desearte, en algún rapto obsceno. No, para mí siempre fuiste piel de bromuro, realidad fotográfica.
Recuerdo que te encontré casualmente (¿existe la casualidad?) en el suelo de una calle de San Antonio; pisada por varias suelas eras una foto desechada o perdida, aunque para mí desde el primer momento fuiste una cita, una hoja de calendario del destino.
Te saqué de aquel sucio anonimato para convertirte en el hada buena de mis noches solitarias. Comprendí que irremediablemente nos habíamos conocido. Amigos, compañeros, cómplices totales, no necesitábamos hablarnos. Eras la felicidad apaciguada esperándome con el mismo gesto. Jamás te deseé. Siempre ha sido muy respetuoso de nuestras hadas.
Pero el destino –qué extraño el destino- nos obligará a separarnos.
Llegó a mi casa alguien, alguien casual, lejano, absurdo, que dijo conocer a “la dueña de la foto”. Dijo tu nombre (hice esfuerzos por no oírlo). Ante mi silencio continuó con tu dirección e imagino que con tu pasado, presente, futuro, aunque el estupor no permitió que oyera.
Le pedí al lejano conocido que no comentase esta coincidencia. Traté burdamente de justificar el desatino de tener la foto de una desconocida, pero los hombres no somos tan discretos como para perdonar un desatino. Sé que tarde o temprano tu cuerpo se presentará aquí y quizás hasta me pida una explicación, y yo aunque trate de no oírle, ni verle, ni encontrarla siquiera, tendré que encontrarle, verle, oírle y hasta ensayar una explicación que seguro no le convencerá, y lo nuestro ¡dulce amiga de mis días! morirá.
Tu serás ya definitivamente una foto. Una foto de una persona determinada. De un tamaño determinado, de una época determinada, y hasta de colores determinados. Entrarás en el universo de la medida del que ya no podremos escapar.
Por eso mis noches, ahora que aún sobrevivimos al mundo de la cordura, aprovecho para contarte nuestra historia, para darte el primer verso y acunarte en mis manos… hasta que llegue la intrusa.
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